Alíñame
la luna corresponde a los locos
y no puedo competir...
así que sólo espero que ella no me quiera
desnudándote-me
porretas
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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
29 agosto 2008
la pija, la fea y el guapo
La chica más fea del barrio se encamó con el más guapo al primer intento, sin imaginar los cuchicheos de las pijas indignadas, que a despliegues de cincuenta euros, polvos blancos y áticos vips, aún a su pesar, no conseguían al playboy del barrio.
-¿Qué tiene la muy guarra esa con la nariz de leñador para llevárselo? -pregunta la pija menos mala de las tres mientras se lleva la cucharada de yogur a la boca.
-Será que tiene buenas tetas, naturales, eso sí, pero buenas tetas -responde la que no se quita el chicle ni para dormir.
La pija mala, al menos la más mala, las escucha y el corazón se le hace añicos, profundamente enamorada del don Juan que no la hace ni caso; ni el pilates, ni el quirófano, ni las pilas de facturas de ropa, han producido ningún tipo de cambio en John; perfumes con feromonas, amarle día y tarde, odiarlo por no ser ella e invitarle a esas fiestas a las que él no le brindaba con su presencia.
Las tres pijas reunidas en torno a una mesa del comedor de la universidad, acostumbran a ratos a convertirse en víboras aburridas de tenerlo todo y entretenidas en las vicisitudes de los demás. Lo hacen con ella, la más fea, esa que no tiene la vida tan fácil, pero ahora come de su tupperware, feliz, él sólo le suelta la mano para que ella pueda coger el tenedor.
Ellas, con miradas furtivas, observan y callan, hasta que la menos mala asevera:
-¿No veis como la mira? Creo que deberías olvidarte de esto e irte con cualquiera, te gusta alguien que no juega en el mismo campo.
-Te equivocas.
No iba a renunciar a aquello así porque sí, era lista, paciente y enamorada parecía más calida, dulce, frágil.
La fea que no era tal, sola puede, cansada, pero fea no, sonreía, no es que creyese que la suerte iba a su favor, es que lo sabía. Tanto esfuerzo tantas perdidas, y un día él, y todo de lo que no podía formar parte era tan sencillo como chasquear los dedos, no en todo, en verano él se iría a California a buscar la ola, ella se quedaba a trabajar.
Y vio a las pijas cuando él no estaba y las ellas vieron a la fea, le surgió una duda, él no había bajado de la ola para buscarla aún, y las tres antagonistas estaban bronceadas, si ella fuese quizá…, tuviera un poco de…, puede que no lo quisiera. Tenía que ser fuerte.
Entonces él regresó y el verano a su ciudad, hasta para las pijas, para esa mala que temblaba ante una sola presencia y que ahora tenía la oportunidad de verle. Y en uno de esos días de agosto que ha sido muy caluroso, ellos se encuentran por la noche. Él camina despistado, ella parece que no lo espera, o vete a saber, nadie puede conocer lo que puede hacer una mujer enamorada.
-John.
-Hola Xindy.
-¿Quieres entrar conmigo?
-No sé –él tiene la mirada perdida del alcohol.
-Anda, vamos, es el bar de mi padre, te invito a un chupito y me cuentas que tal las vacaciones.
Él accede, por esa vez que estuvo a punto de pedirle a una cita después de la clase de matemáticas, deslumbrado ante la capacidad de la más mala para resolver logaritmos e incógnitas, no tuvo valor suficiente y se fue a casa caminando solo.
En un cambio de escenario hablan en la esquina de la barra.
-¿Por qué yo? –pregunta antes de beberse de un trago el chupito.
Ella dio cuatro sorbos para digerirlo, y el camarero sin preguntas puso dos copas.
-Espero que te guste el ron.
Él sólo la mira.
-Será que nunca tengo la sensación de conocerte del todo, y creo que a ti te pasa lo mismo.
-¿Qué te hace pensar eso?
-Demasiadas cosas.
-Olvídalo, no quiero una chica como tú, la quería, pero no, sal por ahí, fóllate a un chico guapo y dale a eso que te gusta por la nariz.
-La vida es algo más, y aunque te cueste creerlo, también para mí.
-Gánate algo, gánate algo de verdad, hay cosas que en la vida te las enseñan grandes personas.
-No quiero renunciar a ti.
Pero, la chica está triste, no se le nota pero se siente, y entona una leve sonrisa.
-Me voy a ir, tomate lo que quieras, eres invitado especial de la casa.
Un instante después se ha rendido, ella también se cansa de luchar y sus pasos parecen más ligeros, también sabe que tarde o temprano llorará, quizá sólo estaba esperando un no más, él que tendría al fin que creer. Se va taconeando del bar de su padre con un aire de libertad contagiosa.
Ha visto ya dos películas desde que ha llegado de trabajar, termina de bostezar cuando alguien llama a su puerta “viene a por su camiseta” piensa y sonríe; la que se ha puesto nada más llegar y tirarse en el sofá; la misma que él llevaba cuando bajaba del avión y ella miraba el reloj contando los segundos para verle. La más fea, que no es tal, ni tan triste, sólo depende de los ojos que lo miren, sonríe otra vez, está borracho, brilla con sus ojos y con las eses que le modulan la voz.
-Creo que he venido a quitártela.
-Llegas tarde, tendrás que darte prisa.
-No, creo que no…
Y se lanza a comerle los morros.
La duda de la fea desaparece por completo.
Es que a veces con quererse no basta.
-¿Qué tiene la muy guarra esa con la nariz de leñador para llevárselo? -pregunta la pija menos mala de las tres mientras se lleva la cucharada de yogur a la boca.
-Será que tiene buenas tetas, naturales, eso sí, pero buenas tetas -responde la que no se quita el chicle ni para dormir.
La pija mala, al menos la más mala, las escucha y el corazón se le hace añicos, profundamente enamorada del don Juan que no la hace ni caso; ni el pilates, ni el quirófano, ni las pilas de facturas de ropa, han producido ningún tipo de cambio en John; perfumes con feromonas, amarle día y tarde, odiarlo por no ser ella e invitarle a esas fiestas a las que él no le brindaba con su presencia.
Las tres pijas reunidas en torno a una mesa del comedor de la universidad, acostumbran a ratos a convertirse en víboras aburridas de tenerlo todo y entretenidas en las vicisitudes de los demás. Lo hacen con ella, la más fea, esa que no tiene la vida tan fácil, pero ahora come de su tupperware, feliz, él sólo le suelta la mano para que ella pueda coger el tenedor.
Ellas, con miradas furtivas, observan y callan, hasta que la menos mala asevera:
-¿No veis como la mira? Creo que deberías olvidarte de esto e irte con cualquiera, te gusta alguien que no juega en el mismo campo.
-Te equivocas.
No iba a renunciar a aquello así porque sí, era lista, paciente y enamorada parecía más calida, dulce, frágil.
La fea que no era tal, sola puede, cansada, pero fea no, sonreía, no es que creyese que la suerte iba a su favor, es que lo sabía. Tanto esfuerzo tantas perdidas, y un día él, y todo de lo que no podía formar parte era tan sencillo como chasquear los dedos, no en todo, en verano él se iría a California a buscar la ola, ella se quedaba a trabajar.
Y vio a las pijas cuando él no estaba y las ellas vieron a la fea, le surgió una duda, él no había bajado de la ola para buscarla aún, y las tres antagonistas estaban bronceadas, si ella fuese quizá…, tuviera un poco de…, puede que no lo quisiera. Tenía que ser fuerte.
Entonces él regresó y el verano a su ciudad, hasta para las pijas, para esa mala que temblaba ante una sola presencia y que ahora tenía la oportunidad de verle. Y en uno de esos días de agosto que ha sido muy caluroso, ellos se encuentran por la noche. Él camina despistado, ella parece que no lo espera, o vete a saber, nadie puede conocer lo que puede hacer una mujer enamorada.
-John.
-Hola Xindy.
-¿Quieres entrar conmigo?
-No sé –él tiene la mirada perdida del alcohol.
-Anda, vamos, es el bar de mi padre, te invito a un chupito y me cuentas que tal las vacaciones.
Él accede, por esa vez que estuvo a punto de pedirle a una cita después de la clase de matemáticas, deslumbrado ante la capacidad de la más mala para resolver logaritmos e incógnitas, no tuvo valor suficiente y se fue a casa caminando solo.
En un cambio de escenario hablan en la esquina de la barra.
-¿Por qué yo? –pregunta antes de beberse de un trago el chupito.
Ella dio cuatro sorbos para digerirlo, y el camarero sin preguntas puso dos copas.
-Espero que te guste el ron.
Él sólo la mira.
-Será que nunca tengo la sensación de conocerte del todo, y creo que a ti te pasa lo mismo.
-¿Qué te hace pensar eso?
-Demasiadas cosas.
-Olvídalo, no quiero una chica como tú, la quería, pero no, sal por ahí, fóllate a un chico guapo y dale a eso que te gusta por la nariz.
-La vida es algo más, y aunque te cueste creerlo, también para mí.
-Gánate algo, gánate algo de verdad, hay cosas que en la vida te las enseñan grandes personas.
-No quiero renunciar a ti.
Pero, la chica está triste, no se le nota pero se siente, y entona una leve sonrisa.
-Me voy a ir, tomate lo que quieras, eres invitado especial de la casa.
Un instante después se ha rendido, ella también se cansa de luchar y sus pasos parecen más ligeros, también sabe que tarde o temprano llorará, quizá sólo estaba esperando un no más, él que tendría al fin que creer. Se va taconeando del bar de su padre con un aire de libertad contagiosa.
Ha visto ya dos películas desde que ha llegado de trabajar, termina de bostezar cuando alguien llama a su puerta “viene a por su camiseta” piensa y sonríe; la que se ha puesto nada más llegar y tirarse en el sofá; la misma que él llevaba cuando bajaba del avión y ella miraba el reloj contando los segundos para verle. La más fea, que no es tal, ni tan triste, sólo depende de los ojos que lo miren, sonríe otra vez, está borracho, brilla con sus ojos y con las eses que le modulan la voz.
-Creo que he venido a quitártela.
-Llegas tarde, tendrás que darte prisa.
-No, creo que no…
Y se lanza a comerle los morros.
La duda de la fea desaparece por completo.
Es que a veces con quererse no basta.
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