Alíñame
la luna corresponde a los locos
y no puedo competir...
así que sólo espero que ella no me quiera
desnudándote-me
porretas
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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
17 julio 2015
Si ya la has encontrado, ya no tienes que buscarla
Es sólo un cambio de asiento más en el teatro de la vida.
Llevabas sentado ocho horas, te lleva una llegar a casa, lavar los platos, navegar un ratito por la red, mientras en la tele la gente grita “rutina” y en la estantería como casi a posta, un libro semi-suspendido entre un minúscula superficie de madera y el espacio tiempo.
Inevitablemente sonríes, y de la misma irresistible manera lo coges, alguien, ella, te lo regaló y siendo grande, eso era lo más pequeño que te había dado. Lees, de una página al azar, tras ese punto y aparte, la pregunta “¿Has buscado hoy, amigo, la felicidad?”
El aire el viento responden “no tengo tiempo”, y el águila que planea con toda su envergadura entre ellos, ríe a carcajadas, “nunca había escuchado tal cosa”
Tenías dieciocho años, sentado en la primera fila, la rodeabas por los hombros, para decirle, sin cortapisas “te quiero, dame una palomita” y ella que te sacaba siete años fingía no oírte. A finales de septiembre, dijo adiós, marcando con un punto el final de un calendario.
“¿Has buscado, hoy...?” Por un momento, coges el teléfono, puede que su número haya cambiado, ha llovido y granizado, te gustaría, ahora que le has dado al botón de llamada, empeora, da tono, pasa una eternidad y no, ella no ha cambiado de número.
Te aterra que el tiempo pase como quiera que lo haya hecho por ella, temes emborronar su imagen y que esta chica no sea la que besaste por primera vez en el la única sala y sesión de cine del pueblo, miras el libro, sin querer, otro escalofrío te carraspea el alma:
“¡Atención! Nunca Jamás ha quebrado, Peter Pan ha sido desahuciado y ahora se está haciendo mayor”
-¿Leo? -pregunta alguien lejanamente, corres a recoger el móvil, del susto, se te ha caído al suelo.
-Hoo-la.
En las milésimas de segundo que ella vuelve a articular palabra, te has planteado dejar de trabajo, cambiar de ciudad y ser eso, feliz. Pero de momento no te mudas, vive a unas pocas paradas de metro, y sin soltar el libro te ha dado tiempo a pensar, que hoy tampoco estás dispuesto a que los años te defrauden, y lees, relees y recuerdas ciertas cosas que no tenían que recordarte:
“Una idea, inofensiva, un haz de energía que prende la mecha, recorre el torrente sanguíneo, cada centímetro del cuerpo. Ochenta por ciento agua, regla de tres, irremediablemente te he bebido alguna vez, nos movemos, todo lo hace, somos lo mismo aún con distinto traje”
Acción reacción, ahora que en la butaca la película no continua te preguntas ¿Qué tal si le empleo ocho horas a la vida, a la felicidad o a esta chica? ¿Qué tal si apago la tele?
Sabías que se tenía que ir, no, que no volvería, así que aprendiste a no quererla, o casi, quedándote con los libros y con su amor por ellos. Olía a mundo y tocarla era un viaje de ida a Nunca Jamás, de sueños y parpados de par en par “¡Calla, que tus ojos me están contando algo y a los dos no os puedo escuchar!”
Su voz te ha devuelto la sonrisa, parece la misma, tan lista, rápida y sagaz. Aun siendo tú él que ha llamado, te ha tomado la batuta y la partida:
-¿Quedamos?
-Claro.
Claro, con ella todo fue fácil menos cuando escuchaste, “hasta pronto” y pasaron más de seis fríos inviernos, sigues sin soltar el libro, te has aferrado a la idea, ocho horas, comida pre-cocinada, alguna chica que no distingues por la mañana de como ibas por la noche, las resacas de vacío y carbohidratos. De repente, entre tinta y pasado, hoy, amigo, te has plantado, ni te importa tu trabajo ni te ha importado nunca, necesidad imperiosa de comer algo, y ahora te lo comes todo, menos eso, tragas menos. ¿Por qué ella? Es retórica, “ella no necesita alas para volar, ni lsd”
Así que un martes cualquiera, exactamente el cuarto desde que te mudaste a esa casa, intentando cambiar lugares, caras y recuerdos, intentando cambiarte por dentro, sin embargo la misma piedra,
el mismo día a día, las mismas costumbres “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”
A ver que te dice después, siempre fue jodidamente lista, con esa pose de “estoy donde tengo que estar”, camuflada en el paisaje o resaltando-lo, tarareas “Hoy la vi, la nostalgia y la tristeza suelen coincidir. Se rompieron mis esquemas, después comprendí que si ahora estoy así es por que hoy la vi.”
Bajas, ¡cómo no!, las escaleras de dos en dos, con algo suelto en los bolsillos y un libro, no es hora punta, así que no hay mucha gente en el metro, a pesar de los sitios libres no te sientas, lees y misteriosamente la pregunta ya no te duele “¿La has buscado?” Consciente afirma tu cabeza y e inconscientemente, sonríes, si te dieran una patada, tampoco te la borrarían, pues amigo, esta sonrisa es del alma. Las subes, ¡cómo no!, de dos en dos, y por un momento no la ves, quizá no venga porque estás soñando, da igual, cuatro semanas pisando esta ciudad y no conoces el centro. Te comprarás un helado con capas y capas de chocolate negro, último escalón, asomas a una pequeña plaza, a unos metros alguien que saborea un polo de fresa te observa, se ha cortado el pelo y como siempre, está donde tiene que estar, ella también lo ha visto, eso que llevas horas sin soltar de las manos, y también sonríe e Incluso parece entenderte cuando le dices “sí, si lo he hecho”
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