Alíñame
la luna corresponde a los locos
y no puedo competir...
así que sólo espero que ella no me quiera
desnudándote-me
porretas
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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
28 marzo 2014
Viaje a una huelga
La carretera de acceso a mi pueblo está rodeada a ambos lados de fábricas dedicadas a la siderometalurgia, cuatro kilómetros de naves grises o carentes de pintura, que feas y humeantes dan sustento a los legazpiarras y a otras localidades próximas.
Muchos emigrantes de otras comunidades autónomas acudían a la llamada del hambre, dejando casa tierra y recuerdos. Viajeros sentados en trenes y autobuses escrutando fotografías en blanco y negro, los nostálgicos portando imágenes de dónde venían, los ilusos o ilusionistas aquellas de los lugares a los que iban.
Juntos, no siempre bien recibidos, por unos zapatos rotos, por una bandera o por un dictador, unidos, eran hombres y mujeres con escuetas bolsas que sin remedio dejaron las política y la ideas para otros, lujos de quién tiene sobremesa y café.
Esos mismos hombres, los que hoy tienen menos hambre y más libros, aceptaron una cartilla de razonamiento, un jornal y una casa roja o amarilla. Y cuando el tío de bigote decidió, por fin, morirse, la piel estaba ya curtida por las altas temperaturas de los hornos, las espaldas entornadas hacia abajo fruto de movimientos repetitivos y contantes. “Nadie nos ha regalado nada” aseveraban en el bar al unisono al tercer chiquito.
No fue un juego, nunca lo fue, la crisis de los noventa rompió la falsa calma, la industria de la zona estaba jodida, el pueblo estaba jodido, la gente más. El señor de los pantanos estaba muerto y el agua les llegaba al cuello.
“Papa, ¿no vas a trabajar?”
Padres e hijos apostados ante las entradas de sus trabajos. Allí no pasaba nadie. Se habían marchado una vez, nadie iba a volver a poner en peligro roja o amarilla, su casa. Diez mil pesetas de facturas por pagar, que dejaban de percibir cada día que perennes amanecían parando la producción, frente a las puertas, engalanados en pancartas, con un sudor frio recorriendo la frente, firmes, no existía absolutamente nada que cuestionar.
Puede que ese acceso de cuatro kilómetros de ladrillo y cemento no sea precisamente bonito. Y ellos no llevaban ni armaduras ni espadas, pero juntos se apearon de un viaje y construyeron un hogar. Vecinos, amigos, compañeros de trabajo, un entramado de relaciones que conforma eso que llaman vida, la viejas del visillo, la tienda de chuches repleta los domingos de los niños que salen de misa, las fiestas, los cabezudos, la estampida del 31 de julio cuando dan las vacaciones, y se ven espejismos de las bolas del desierto por las calles.
Mi padre era zurdo pero escribía con la derecha, “le zurraban” añadió alguien. Asustado y receloso dejó el colegio. Quizá el mundo se privó de un gran arquitecto, sin embargo nadie pegó a sus hijos, como no dejó su padre que él tuviera hambre. Construyendo en el marco reducido de las posibilidades algo mejor. Por eso la huelga, causa y consecuencia de una sociedad consciente del sufrimiento de sus antecesores. Muestra de oposición a indiscriminados caprichos. Si hubieran tenido otra forma de defenderse, ¿crees que no la hubieran puesto en práctica? Ya te he dicho antes que sus armas más feroces son ellos mismos.
Agur o air revoir, izquierda o derecha, solidaridad y pobreza, nos confunden, palabras, sólo y solas no valen nada, sin embargo les dan sentidos, entonaciones y dejamos de mirarnos a los ojos. En los míos hay una profunda admiración, persistieron, tambaleando viejos cimientos, y tuvieron que darles la razón aquellos que querían robársela. Antes y después de irse a brindar con chiquitos, reafirmaron “ nos lo hemos ganado”, dando la espalda a la hipocresía.
Hoy veo abuelos y abuelas con abrigos y pancartas por las preferentes, por la educación, por la ley a la dependencia, por las salas de urgencias, por trabajo, por la calefacción, por arroz, hay personas maravillosas enseñando cosas extraordinarias, en este reparto poco equitativo y desproporcionado.
Esto es por y para ti, es tuyo, gracias a esos ojos cada día trato de plagiarte la mirada. Indiscutiblemente única e inteligente. Gracias por levantarte por la mañanas por mi mañana, por el nuestro. Por luchar, por enseñarme que nada acaba nunca, ni es para siempre.
“Si me preguntas por qué sigo, no sé responderte, él no lo dejó, y es curioso, porque este es ahora nuestro tiempo”
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