Alíñame
la luna corresponde a los locos
y no puedo competir...
así que sólo espero que ella no me quiera
desnudándote-me
porretas
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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
11 julio 2014
complicarse el viaje
¿Serán estos los últimos aleteos del capitalismo?
Y se escapa como aquel primer amor envenenado que nunca vino realmente a quedarse.
No todo el mundo es igual y no llega al final del acertijo sin perderse unas cuantas veces y le pongan los cuernos, otras tantas.
Mientras, en el presente, con un cartel de se vende compran ocho horas de tu tiempo.
Quizá con preguntas significativas pasen inadvertidos los escaparates y la gente deje de acumular cosas inservibles, llenando estancias que no consuelan cuando lo que está vacío es el ventrículo derecho del corazón.
“Está ganando en el ser humano lo peor de su especie”, señalan, y añaden, “somos dueños de nuestras palabras”, alguien que escucha la mayor parte del tiempo reflexiona para si, “si nuestra mente física genera un pensamiento, que nuestro cuerpo transforma en palabras, quizá deberíamos tener más cuidado con lo que pensamos, no vaya a ser que lo que no era, mañana tras física traicionera, sea realidad”
Dicen que todo pasará cuando se reactive la economía, dime si una planta comienza a negrear sus hojas ¿Acaso no se tratan primero las raíces?
Se siembra en primavera, cada cosa a su tiempo crece, quién lo hace sabe que la espera siempre merece la pena. La luna ayuda si le pides respuestas:
¿Para qué hemos venido aquí? No a Madrid, ni a Toronto, ni a fumarnos un porro.
El día que me no haya preguntas, no habrá norte, los niños lo hacen abriendo bien los ojos y estirando mejor las manos. Pequeños sabios que se harán grandes y estúpidos complicándose el viaje.
Un día me propuse no matar los ideales, los adultos indulgentes y sabelotodo me observaban por encima del hombro con una sonrisa irónica, cuando les contaba que quería ser jueza y equilibrar el mundo. Esa misma sonrisa es la que hoy me recuerda que, “la única lucha que se pierde es la que se abandona”
De los besos, del verano, de los helados de chocolate, de oír correr el agua, de las pirámides, de las noches de las ciudades que no duermen, de los ojos marinos, de la música, de los músicos, de la velocidad, de la rima, de los mojitos en Lavapies, no me canso. Como tampoco de aquella vez que nos miramos deseando ser mejores, apresando con toda nuestra fuerza millones de partículas subatómicas, en un recuerdo fugaz e importante. Que contesta, cabrón, en días tristes al porqué de todas las cosas.
Me mordería la lengua sino expresara que ardiendo tu casa, un cierto suspiro de alivio tendrías al saber que la cartera está en el bolsillo.
“Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre”
Insinuar que la tenencia de un papel serigrafiado o un metal acuñado, son los raseros bajo los que se tiene que medir el individuo para ser apto, es insinuar mucho.
En el rincón donde guardo aquello que me hace sonreír, entre canciones viejas y nostalgias, allí no se amarillean las paredes ni se hacen harapos la ropa, ni tengo que comprar pasta de dientes porque se acaba. Allí quiero decir, aquí, el valor que pongo a las personas es proporcional a la amplitud de su sonrisa.
Y me nutro exactamente de lo que se nutren las plantas. Es imposible aprenderse las fechas de las batallas y guerras de la historia de la humanidad, como parece imposible hacernos entender que estamos ante una encrucijada y siempre podemos elegir hacer camino y no retroceder.
Y se escapa como aquel primer amor envenenado que nunca vino realmente a quedarse.
No todo el mundo es igual y no llega al final del acertijo sin perderse unas cuantas veces y le pongan los cuernos, otras tantas.
Mientras, en el presente, con un cartel de se vende compran ocho horas de tu tiempo.
Quizá con preguntas significativas pasen inadvertidos los escaparates y la gente deje de acumular cosas inservibles, llenando estancias que no consuelan cuando lo que está vacío es el ventrículo derecho del corazón.
“Está ganando en el ser humano lo peor de su especie”, señalan, y añaden, “somos dueños de nuestras palabras”, alguien que escucha la mayor parte del tiempo reflexiona para si, “si nuestra mente física genera un pensamiento, que nuestro cuerpo transforma en palabras, quizá deberíamos tener más cuidado con lo que pensamos, no vaya a ser que lo que no era, mañana tras física traicionera, sea realidad”
Dicen que todo pasará cuando se reactive la economía, dime si una planta comienza a negrear sus hojas ¿Acaso no se tratan primero las raíces?
Se siembra en primavera, cada cosa a su tiempo crece, quién lo hace sabe que la espera siempre merece la pena. La luna ayuda si le pides respuestas:
¿Para qué hemos venido aquí? No a Madrid, ni a Toronto, ni a fumarnos un porro.
El día que me no haya preguntas, no habrá norte, los niños lo hacen abriendo bien los ojos y estirando mejor las manos. Pequeños sabios que se harán grandes y estúpidos complicándose el viaje.
Un día me propuse no matar los ideales, los adultos indulgentes y sabelotodo me observaban por encima del hombro con una sonrisa irónica, cuando les contaba que quería ser jueza y equilibrar el mundo. Esa misma sonrisa es la que hoy me recuerda que, “la única lucha que se pierde es la que se abandona”
De los besos, del verano, de los helados de chocolate, de oír correr el agua, de las pirámides, de las noches de las ciudades que no duermen, de los ojos marinos, de la música, de los músicos, de la velocidad, de la rima, de los mojitos en Lavapies, no me canso. Como tampoco de aquella vez que nos miramos deseando ser mejores, apresando con toda nuestra fuerza millones de partículas subatómicas, en un recuerdo fugaz e importante. Que contesta, cabrón, en días tristes al porqué de todas las cosas.
Me mordería la lengua sino expresara que ardiendo tu casa, un cierto suspiro de alivio tendrías al saber que la cartera está en el bolsillo.
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Insinuar que la tenencia de un papel serigrafiado o un metal acuñado, son los raseros bajo los que se tiene que medir el individuo para ser apto, es insinuar mucho.
En el rincón donde guardo aquello que me hace sonreír, entre canciones viejas y nostalgias, allí no se amarillean las paredes ni se hacen harapos la ropa, ni tengo que comprar pasta de dientes porque se acaba. Allí quiero decir, aquí, el valor que pongo a las personas es proporcional a la amplitud de su sonrisa.
Y me nutro exactamente de lo que se nutren las plantas. Es imposible aprenderse las fechas de las batallas y guerras de la historia de la humanidad, como parece imposible hacernos entender que estamos ante una encrucijada y siempre podemos elegir hacer camino y no retroceder.
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