Alíñame
la luna corresponde a los locos
y no puedo competir...
así que sólo espero que ella no me quiera
desnudándote-me
porretas
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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
01 junio 2010
malasaña
En
Malasaña suceden cosas encantadoras, es sábado. Se oye en el pitido
de los coches, se prueba a base de cerveza de barril y la calle es un
conjunto de voces en distinta dirección.
Todo
esto ella no lo sabe mientras el taxi surca estas lides y permanece
absorta en su conversación por el móvil.
La
ventanilla permanece abierta, el tono de su voz se eleva y se acierta
a distinguir:
-¿Qué
vaya yo sola? Era nuestra obra, lo sabes. -un silencio escuchando al
otro lado -No entiendo por qué te has ido. -otro silencio -Esto sí
que no me lo esperaba -silencio -¿Qué no me enfade?”
Por
su rostro, es difícil adivinar, si es que está a punto de reír o
se va echar a llorar. Cuelga él teléfono y en tono autoritario
exige al taxista:
-Pare
aquí. -y añade como para si misma -Necesito un copa.
El
hombre obedece, ni se inmuta, cobra la carrera y la chica se apea del
taxi con sus Manolos negros de aguja, bolso de mano y un vestido de
noche bajo él que se posan todas las miradas.
Las
mujeres en general, las primeras, la miran con envidia ¿Ellos? Con
gusto se la follarían, no sin antes llevar a la chica perfecta de la
mano a un restaurante de primera.
Camina
veloz a quince centímetros del suelo, toma la primera calle a la
derecha y se mete en un bar de copas, conocido entre los que salen
por estas bocacalles de Fuencarral, no para ella. Está lleno, sin
embargo, no lo suficiente para ser invisible. No hay codazos y la
gente charla relajada. Ella suspira. Su presencia se hace notar entre
vaqueros tazados y gente desaliñada, “pintillas” que explicaría
después a alguna amiga.
Se
acerca a la barra, y sin ser del todo amable, pide un Whisky con
Redbull. De la boca de una chica tan guapa parece que sólo se
esperan versos. “No tenemos redbull”, contesta él, en idéntico
tono. En su rostro una mueca de resignación y con pesar lo acompaña
con Coca-cola. Hurga en el bolso, dos papelitos caen de él sin
percatarse, atestado como está de su mundo particular (móvil, barra
de labios, tabaco, espejo, toallitas..), difícil saber como pueden
entrar tantas cosas en una cosa tan pequeña. Encuentra por fin su
monedero y extiende un billete de cien euros.
-¿No
tienes algo más pequeño? -pregunta él, algo más simpático.
-No
-responde igual de cortante, sin moverse.
-Es
que no aceptamos estos billetes -dice encogiéndose de hombros.
Un
chico de vaqueros tazados por el continuo pisar de las zapatillas y
camiseta negra, que permanecía de espaldas atento a la conversación,
se gira hacia la barra e interviene:
-Cóbrame
a mí.
El camarero se apresura a tomar el dinero mientras él
vuelve la mirada hacia recién llegada.
-Toma.
Él no lo quiere.
-¿Vas
por la vida regalando billetes de cien euros?
-Cógelo
y vete, no he venido aquí a hablar con nadie.
-Quédate
tu dinero, a veces hay chicos que invitan a una chica por hacer un
simple favor, sin esperar nada a cambio.
-Bueno...
-acierta a vocalizar con el billete en la mano.
Él
se gacha, coge algo del suelo y se lo muestra.
-Esto
se te debe haber caído del bolso. Parecen dos entradas.
-Sí.
-dice nada partidaria de seguir mucho más con ese extraño o lo que
parece, por su repuesta -Son dos entradas de teatro a cambio de una
copa.
-Pero...
son para hoy, en menos de una hora -dice sorprendido leyendo las
letras rojas donde se indica el horario de la obra -Deberías ir...
-¡Qué
más da! Aprovéchalas, no voy a ir.
-Por
esos hablas así ¿No eres tan diabólica como aparentas, verdad?
-Lo
soy. -y esta vez sonríe rompiendo un poquito el hielo -Pilla las
entradas y vete.
-¿Ves
a estos de aquí atrás? -ella asiente observando a un grupo de
cuatro chicos a menos de un metro -¿Te los presento? Cualquiera de
ellos iría contigo. -y añade -¿Por qué no vas de la mano de un
guaperas con pasta? No entiendo como una chica como tú puede
aparecer en un lugar como este.
-No
te pases. Hoy no estoy para estás cosas. Me apetece tomarme esta
copa sola y luego irme a casa.
-¿Y
las entradas? -el chico las deja sobre la barra.
-Vete
con alguno de esos amigos que tienes.
-¿Por
qué no vamos juntos?
Ella
cierra su bolso y apura la copa con el último trago.
-No
te vayas -observa este -¿Qué pierdes por no tirar esas entradas a
la basura?
Siempre
que un tío se le acercaba a ligar de forma obstinada, ella adoptaba,
como estrategia de alejamiento, hablar en forma de pequeñas poesías,
rara vez la comprendían y la dejaban en paz. Esta vez no es
diferente:
-Esa
obra es un cofre de sueños que un día forme con un principito.
-Y
por un cúmulo de casualidades estás aquí. He tropezado con una
brujilla, vamos, ven, que te haré vibrar Malasaña en la sangre.
-¿Cómo?
-Mostrándote
el “Dos de mayo”.
-Llegas
tarde, ya lo he visto.
-A
los chinos vendiendo en las calles, -eso parece que también lo ha
visto -tomaremos cerveza...
-No
me gusta la cerveza.
-Vino
blanco para ti hasta que el sol resalte tus ojeras, entonces...
-¿Entonces
qué?
-Entonces
te compraré un libro en el rastro.
Ella se ríe, sin duda esa
clase de preposiciones no son las que le ofrecen a menudo
-¿Sí?
-Creo
que de momento sólo vamos al teatro, luego me iré a casa.
Y
la chica dura se ablanda un poco.
Se rozan sus dedos entre la
multitud, sábado por la noche en Fuencarral. Él insiste en llegar
andando, ella no replica. Él habla durante todo el camino. Les
esperan dos buenas butacas y una obra mejor que buena. Y el chico
desaliñado descubre que la chica cool sabe de buenos planes y esta a
su vez, a su forma y manera, piensa lo mismo.
Al
salir, en sus rostros, los colores de la gente iluminándolos, pasos,
de vuelta y vuelta a ningún lugar. Pero... ¿Sabes dónde aparecen?
En Malasaña una vez más.
Se
emborrachan, ella sostiene una botella de vino blanco que él se ha
encargado de proporcionar, diciendo “Soy un chico con recursos”
Ella, a cambio, ha regateado dos latas de cerveza con el chino a un
euro.
A veces se dan la mano simulando así que podrían perderse,
otras, entonan alguna canción. Es hermoso, cursi, como toda historia
de amor. A su alrededor se siente esa tensión sexual no resuelta,
ese amor sin caricias, ese que pasará...
-¿Por
qué te quedas ahí parado mirándome? -pregunta -Me haces querer ser
avestruz.
-¿Para
agachar la cabeza?
-Exacto.
-Te
lo diré... Quiero besarte -dice encogiendo un poquito los hombros.
Ella,
que le escucha, mira la plaza que ya había visto. Pero no la
recordaba así.
La misma persona que no hace tanto casi se echa a
llorar en un taxi y se queda sin obra de teatro, esa que andaba a
treinta centímetros del suelo, con la palabra sola y enfadada
escrita en la frente. Esa chica sonríe y besa al chico que sabe a
terrón de azúcar.
Estas
cosas sólo ocurren en ciertos lugares y a ciertas horas.
-Esta
vez seré yo -susurra él devolviendo el beso.
Y
el tiempo no obedece a otras leyes aunque todos los relojes se
esfumaran del mundo, pues, el sol madrugador, tampoco trasnocha los
domingos. Ella se pone las gafas de sol, él ofrece pensión o libro.
Es hora de cierre, los últimos bares echan las rejas dando paso a
las cafeterías, como siempre, algo acaba para que algo empiece.
-¿Qué
te parece un café? He quedado dentro de una hora.
-¿A
las ocho de la mañana? -pregunta más apenado que sorprendido -¿Un
domingo? ¿Se puede saber son quién?
-Mejor
no- responde ella.
-Seguro
que es con él del plantón. Perdona. -le dice sujetando su muñeca
obligando así a que le mire -Quédate conmigo.
-No
puedo, hoy no. -contesta soltándose -No tienes derecho a ponerte
celoso.
-Es
cierto, no lo tengo –él parece avergonzado, ella le mira
.-Perdona.
-No me puedes pedir...
-Ya lo sé –interrumpe él.
-Mejor
me voy ahora.
-Mejor
te acompaño -espeta no demasiado esperanzado.
Se
aleja y su taconeo entonan el compás del barrio, no se ha quedado
parado y la sigue, parece dispuesto a no dejarla ir. Puede que esto
acabe ahora, pero no lo quiere así.
-Por
favor, dime que esto no te pasa todos los días -la interpela desde
atrás.
El
taconeo cesa y girándose responde:
-No,
no me pasa todos los días.
-Entonces...
¿Por qué te vas? ¿Por qué eres tan fría? -dice extendiendo las
manos un poquito hacia ella -Te he visto sonreír.
-Para.
-se le quiebra la voz un segundo -Ya sabes que me gustas.
-Yo
no soy ningún cabrón, no te voy a dejar plantada, déjame
conocerte, eso de tener una cita. -ella sonríe- Ya sé que me pongo
cursi, es todo culpa tuya.
Él
se acerca, coge su mano y no la suelta. Ya no la suelta.
Él
hombre de la pensión sí acepta el billete de cien euros que una
chica con bonitas ojeras le tiende, acompañada de un chico con
bonitas palabras.
A
sólo diez minutos, en una cafetería de Gran Vía, otro chico,
trajeado, espera. Tras ojear el periódico a conciencia y pedir un
segundo café, llama por el móvil por tercera vez. Se lamenta, para
entonces es ella la que no va a venir.
Una
historia de dos en un barrio de todos.
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