Google+ jodida y radiante: malasaña

Alíñame

Alíñame
por si me necesitas mona lisa


la luna corresponde a los locos

y no puedo competir...

así que sólo espero que ella no me quiera




porretas

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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
relato (14) foto (4)
01 junio 2010

malasaña


 
En Malasaña suceden cosas encantadoras, es sábado. Se oye en el pitido de los coches, se prueba a base de cerveza de barril y la calle es un conjunto de voces en distinta dirección.

Todo esto ella no lo sabe mientras el taxi surca estas lides y permanece absorta en su conversación por el móvil.
La ventanilla permanece abierta, el tono de su voz se eleva y se acierta a distinguir:

-¿Qué vaya yo sola? Era nuestra obra, lo sabes. -un silencio escuchando al otro lado -No entiendo por qué te has ido. -otro silencio -Esto sí que no me lo esperaba -silencio -¿Qué no me enfade?”
Por su rostro, es difícil adivinar, si es que está a punto de reír o se va echar a llorar. Cuelga él teléfono y en tono autoritario exige al taxista:

-Pare aquí. -y añade como para si misma -Necesito un copa.

El hombre obedece, ni se inmuta, cobra la carrera y la chica se apea del taxi con sus Manolos negros de aguja, bolso de mano y un vestido de noche bajo él que se posan todas las miradas.
Las mujeres en general, las primeras, la miran con envidia ¿Ellos? Con gusto se la follarían, no sin antes llevar a la chica perfecta de la mano a un restaurante de primera.


Camina veloz a quince centímetros del suelo, toma la primera calle a la derecha y se mete en un bar de copas, conocido entre los que salen por estas bocacalles de Fuencarral, no para ella. Está lleno, sin embargo, no lo suficiente para ser invisible. No hay codazos y la gente charla relajada. Ella suspira. Su presencia se hace notar entre vaqueros tazados y gente desaliñada, “pintillas” que explicaría después a alguna amiga.

Se acerca a la barra, y sin ser del todo amable, pide un Whisky con Redbull. De la boca de una chica tan guapa parece que sólo se esperan versos. “No tenemos redbull”, contesta él, en idéntico tono. En su rostro una mueca de resignación y con pesar lo acompaña con Coca-cola. Hurga en el bolso, dos papelitos caen de él sin percatarse, atestado como está de su mundo particular (móvil, barra de labios, tabaco, espejo, toallitas..), difícil saber como pueden entrar tantas cosas en una cosa tan pequeña. Encuentra por fin su monedero y extiende un billete de cien euros.
-¿No tienes algo más pequeño? -pregunta él, algo más simpático.

-No -responde igual de cortante, sin moverse.

-Es que no aceptamos estos billetes -dice encogiéndose de hombros.

Un chico de vaqueros tazados por el continuo pisar de las zapatillas y camiseta negra, que permanecía de espaldas atento a la conversación, se gira hacia la barra e interviene:

-Cóbrame a mí.
El camarero se apresura a tomar el dinero mientras él vuelve la mirada hacia recién llegada.

-Toma. Él no lo quiere.

-¿Vas por la vida regalando billetes de cien euros?

-Cógelo y vete, no he venido aquí a hablar con nadie.

-Quédate tu dinero, a veces hay chicos que invitan a una chica por hacer un simple favor, sin esperar nada a cambio.

-Bueno... -acierta a vocalizar con el billete en la mano.

Él se gacha, coge algo del suelo y se lo muestra.

-Esto se te debe haber caído del bolso. Parecen dos entradas.

-Sí. -dice nada partidaria de seguir mucho más con ese extraño o lo que parece, por su repuesta -Son dos entradas de teatro a cambio de una copa.

-Pero... son para hoy, en menos de una hora -dice sorprendido leyendo las letras rojas donde se indica el horario de la obra -Deberías ir...

-¡Qué más da! Aprovéchalas, no voy a ir.

-Por esos hablas así ¿No eres tan diabólica como aparentas, verdad?

-Lo soy. -y esta vez sonríe rompiendo un poquito el hielo -Pilla las entradas y vete.

-¿Ves a estos de aquí atrás? -ella asiente observando a un grupo de cuatro chicos a menos de un metro -¿Te los presento? Cualquiera de ellos iría contigo. -y añade -¿Por qué no vas de la mano de un guaperas con pasta? No entiendo como una chica como tú puede aparecer en un lugar como este.

-No te pases. Hoy no estoy para estás cosas. Me apetece tomarme esta copa sola y luego irme a casa.

-¿Y las entradas? -el chico las deja sobre la barra.

-Vete con alguno de esos amigos que tienes.

-¿Por qué no vamos juntos?

Ella cierra su bolso y apura la copa con el último trago.

-No te vayas -observa este -¿Qué pierdes por no tirar esas entradas a la basura?

Siempre que un tío se le acercaba a ligar de forma obstinada, ella adoptaba, como estrategia de alejamiento, hablar en forma de pequeñas poesías, rara vez la comprendían y la dejaban en paz. Esta vez no es diferente:

-Esa obra es un cofre de sueños que un día forme con un principito.

-Y por un cúmulo de casualidades estás aquí. He tropezado con una brujilla, vamos, ven, que te haré vibrar Malasaña en la sangre.

-¿Cómo?

-Mostrándote el “Dos de mayo”.

-Llegas tarde, ya lo he visto.

-A los chinos vendiendo en las calles, -eso parece que también lo ha visto -tomaremos cerveza...

-No me gusta la cerveza.

-Vino blanco para ti hasta que el sol resalte tus ojeras, entonces...

-¿Entonces qué?

-Entonces te compraré un libro en el rastro.
Ella se ríe, sin duda esa clase de preposiciones no son las que le ofrecen a menudo

-¿Sí?

-Creo que de momento sólo vamos al teatro, luego me iré a casa.



Y la chica dura se ablanda un poco.
Se rozan sus dedos entre la multitud, sábado por la noche en Fuencarral. Él insiste en llegar andando, ella no replica. Él habla durante todo el camino. Les esperan dos buenas butacas y una obra mejor que buena. Y el chico desaliñado descubre que la chica cool sabe de buenos planes y esta a su vez, a su forma y manera, piensa lo mismo.

Al salir, en sus rostros, los colores de la gente iluminándolos, pasos, de vuelta y vuelta a ningún lugar. Pero... ¿Sabes dónde aparecen? En Malasaña una vez más.
Se emborrachan, ella sostiene una botella de vino blanco que él se ha encargado de proporcionar, diciendo “Soy un chico con recursos” Ella, a cambio, ha regateado dos latas de cerveza con el chino a un euro.
A veces se dan la mano simulando así que podrían perderse, otras, entonan alguna canción. Es hermoso, cursi, como toda historia de amor. A su alrededor se siente esa tensión sexual no resuelta, ese amor sin caricias, ese que pasará...

-¿Por qué te quedas ahí parado mirándome? -pregunta -Me haces querer ser avestruz.

-¿Para agachar la cabeza?

-Exacto.

-Te lo diré... Quiero besarte -dice encogiendo un poquito los hombros.

Ella, que le escucha, mira la plaza que ya había visto. Pero no la recordaba así.
La misma persona que no hace tanto casi se echa a llorar en un taxi y se queda sin obra de teatro, esa que andaba a treinta centímetros del suelo, con la palabra sola y enfadada escrita en la frente. Esa chica sonríe y besa al chico que sabe a terrón de azúcar.
Estas cosas sólo ocurren en ciertos lugares y a ciertas horas.

-Esta vez seré yo -susurra él devolviendo el beso.
Y el tiempo no obedece a otras leyes aunque todos los relojes se esfumaran del mundo, pues, el sol madrugador, tampoco trasnocha los domingos. Ella se pone las gafas de sol, él ofrece pensión o libro. Es hora de cierre, los últimos bares echan las rejas dando paso a las cafeterías, como siempre, algo acaba para que algo empiece.

-¿Qué te parece un café? He quedado dentro de una hora.

-¿A las ocho de la mañana? -pregunta más apenado que sorprendido -¿Un domingo? ¿Se puede saber son quién?

-Mejor no- responde ella.

-Seguro que es con él del plantón. Perdona. -le dice sujetando su muñeca obligando así a que le mire -Quédate conmigo.

-No puedo, hoy no. -contesta soltándose -No tienes derecho a ponerte celoso.

-Es cierto, no lo tengo –él parece avergonzado, ella le mira .-Perdona.
-No me puedes pedir...
-Ya lo sé –interrumpe él.

-Mejor me voy ahora.

-Mejor te acompaño -espeta no demasiado esperanzado.

Se aleja y su taconeo entonan el compás del barrio, no se ha quedado parado y la sigue, parece dispuesto a no dejarla ir. Puede que esto acabe ahora, pero no lo quiere así.

-Por favor, dime que esto no te pasa todos los días -la interpela desde atrás.
El taconeo cesa y girándose responde:

-No, no me pasa todos los días.
-Entonces... ¿Por qué te vas? ¿Por qué eres tan fría? -dice extendiendo las manos un poquito hacia ella -Te he visto sonreír.

-Para. -se le quiebra la voz un segundo -Ya sabes que me gustas.

-Yo no soy ningún cabrón, no te voy a dejar plantada, déjame conocerte, eso de tener una cita. -ella sonríe- Ya sé que me pongo cursi, es todo culpa tuya.

Él se acerca, coge su mano y no la suelta. Ya no la suelta.

Él hombre de la pensión sí acepta el billete de cien euros que una chica con bonitas ojeras le tiende, acompañada de un chico con bonitas palabras.


A sólo diez minutos, en una cafetería de Gran Vía, otro chico, trajeado, espera. Tras ojear el periódico a conciencia y pedir un segundo café, llama por el móvil por tercera vez. Se lamenta, para entonces es ella la que no va a venir.



Una historia de dos en un barrio de todos.

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