Alíñame
la luna corresponde a los locos
y no puedo competir...
así que sólo espero que ella no me quiera
desnudándote-me
porretas
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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
11 julio 2014
abril
Bonito día
exclamó, por primera vez Guille en cinco meses sentía sus pasos. No
recordaba demasiado el accidente, las enfermeras tampoco le hablaron
de ello, la vida sigue, sí. La vida sigue. Surcó las puertas del
hospital, era un hombre libre y feliz. No sabía demasiado qué
hacer, un tanto desubicado. Se sintió en deuda, cada tarde tras el
entrenamiento ella pasó a verle cargada de dulces, revistas y
curiosidades de las que era ajeno, intentando sacarle una sonrisa.
Ahora sus piernas estaban curadas e iba a la deriva, cualquiera
hubiese dicho que tenía prisa, por la velocidad de cada zancada.
Se detuvo en
aquella joyería, entró, le gustaron las pulseras del escaparate que
divisó de forma fugaz. Siempre había querido hacerle un buen
regalo, siempre con los bolsillos agujereados, esta vez no. Si de
algo le había servido estar inmovilizado era para ahorrar. Se acercó
a la dependienta, que por su aspecto y edad parecía más bien la
dueña, Guille escuchó el sonoro taconeo.
-Buenos días
¿Qué desea?- dijo con un timbre de voz muy familiar.
-Buenos días,
verá, quería hacerle un regalo a mi novia.
-¿Y había usted
pensado en algo?
-Sí, en esas
pulseras donde grabas el nombre- dijo no demasiado seguro.
-Una esclava,
nunca pasan de moda.
-Sí- dijo.
-Espere, se las
mostraré.
Se
dirigió a la trastienda volviendo con una gran caja de madera que
abrió sobre el mostrador, como desenterrando un tesoro envuelto en
terciopelo.
-Puede
tocarlas- le dijo amablemente
Todas
le parecieron igual de bonitas, esto de las joyas no es lo mío, se
dijo rascándose la cabeza.
-¿Cómo se llama
la afortunada?
Guille miró a la
dependienta y entonces sintió la punzada: no conseguía recordar su
nombre. Su novia, su niña, su entrenadora sexual. Se preguntó si
esos cinco meses de cautiverio le habrían producido algún shock que
los médicos habrían pasado inadvertido ¿Cómo podía ser? ¿Cómo
podía haber olvidado su nombre? No era tan ridícula la pregunta,
algo sucedió, pero no entre batas blancas, antes, mucho antes, aún
tenía la moto. Ella le había dejado, “eres demasiado serio” le
había dicho para justificarse, horas después era sostenido por dos
enfermeros de una la camilla, él permanecía inconsciente, pasaron
tres días hasta que despertó. No guardaba ningún rencor pero en
aquella joyería él la había dejado de querer. El mundo parecía
demasiado grande. Tantas cosas por hacer, ya no la necesitaba.
-Perdone, creo
que volveré en otro momento con ella.
-No se preocupe,
vuelva cuando quiera- respondió ésta, acostumbrada a esta clase de
cosas.
Intentaba calmarse, su jefe era un cabrón, era incapaz de redactar todos aquellos informes aunque se quedase echando horas, horas muertas que las llamaba, nadie se las pagaba. Y todos los días igual, hasta arriba de trabajo. Se asomó por el umbral de la puerta para ver todas esas mesas de compañeros absortos en sus informes, nadie paseaba por la oficina, nadie miraba por la ventana, ni si quiera ella, pero sus pensamientos vagaban fuera de aquel siniestro espacio similar al de 1984. Apuró el cigarrillo, se fue hacia su mesa y se dijo, esta vez sí, tomó el bolso del cajón de seguridad y se fue. Si no ha quedado claro, diremos que se despidió. Cinco años tomando el metro a las siete de la mañana y a las tres de la tarde, cinco años de encorbatados jefazos mirándole las faldas, siglos desde las últimas cañas con los amigos.
Bajó las
escaleras relajada, deseando que el sol la iluminase, ya no tenía
miedo, no seguiría con ese esquema de sociedad organizada,
capitalista, vivir de un trabajo que suponía malvivir. Montaría la
librería, los libros eran pozos de enigmas que el mundo necesitaba y
ella era una soñadora. Tiró su chapa, ese ALICIA tan impersonal,
ese número de serie y la pisó entre la ira y la esperanza. Pero...
¿Cómo empezar a montar una librería en una mañana de abril? Un
buen desayuno ayuda, allí estaba ella, al pie de la barra de un bar
sin decidirse entre una napolitana o un Donuts, mientras Guille
cruzaba la esquina y por casualidades de la vida, pisó algo que se
clavó en las deportivas, se agachó y lo soltó con la mano: una
chapa de identificación. De esas que llevan las administrativas.
Alicia con mayúsculas. Se acordó de la joyería y de Sonia, sí, se
llamaba Sonia, ahora ya no importaba.
Entró
en un bar aún con la chapa en la mano, sonreía. Y allí, a su vera,
una chica muy guapa devorando una napolitana. Él se pidió otra.
Ella le miró.
-
Eso era mío- dijo ella señalando la chapa que él había dejado en
la barra.
-¿Lo
quieres?
-No
¿Y tú?
-Yo
sí, no me preguntes por qué, pero me gustó.
Y allí se
quedaron los dos, pensativos, ella en una librería que montar y
Guille perdido en un hospital reciente y un futuro que afrontar. La
vida les une, la vida les separa.
-Te invito yo-
dijo Guille extendiendo las monedas de su mano.
-Lo consideraré
un cambio, un change de esos.
-Bueno,
considéralo como quieras. Hasta otra supongo.
-Espero, gracias.
-Gracias a ti,
Alicia.
Guille se guardó
a Alicia en el bolsillo sin saber donde ir aún. Ella le miró
marcharse sin moverse de su asiento. Un vagabundo paseaba a un perro
por la calle. EL camarero servía otros dos café a un par de
clientes.
Abril parecía un
mes de soñadores.
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relato
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