Google+ jodida y radiante: Narga parbat

Alíñame

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por si me necesitas mona lisa


la luna corresponde a los locos

y no puedo competir...

así que sólo espero que ella no me quiera




porretas

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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
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09 septiembre 2015

Narga parbat

Se sintió fuerte para afrontarlo todo, capaz de sobrepasar las miles de barreras que da la suerte, cabizbaja, camino del trabajo. A l menos eso pensé al verla por primera, al verla de verdad, después de muchas veces tropezando ambos en el mismo camino.
Nunca había podido encontrar a alguien que antepusiera la vida de los demás a la suya propia, al anciano con el bastón caminando por la acera que con una sonrisa indiscriminada le gritaba “¡Qué bueno hace señor!”, ella intuía que la mayoría de los mayores están sordos y yo perplejo aprendí que les gusta que les hablen, tan sabios, tan solícitos, tan suyos; a la señora que cargada de bolsas ofrecía su ayuda; a la parejita que se besaba, les observaba hasta que su mirada se eclipsaba en la suya, porque ella siempre quería decirles, “bonito, precioso, sanador, seguid”
La conocí cuando se drogaba y se drogaba, tenía amigos, amigos que se drogaban, no me importó, yo había pasado por algo así y no iba a ser quien la reprendiera por ciertas cosas, con sus ojeras de tres días o con sus pupilas enormes de dos. Su mundo aparte, sus noches sus días, no era sencillo ser quien lo compartiera, por eso el día que borracha me la encontré camino de su casa y de la mía, fue el comienzo. No habíamos terciado palabra, ni cuando coincidíamos en la escalera, ni sacando la basura, ni siquiera en la acera sentada de noche fumándose un porro mientras yo lo hacía desde la ventana.
No es que la espiara, sabía que existía porque era mi vecina, porque estaba buena, porque fumábamos a la vez. 
A veces en una ciudad llena de personas, siempre abarrotada, en la noche de un lunes, de un martes… puedes salir y no encontrarte a nadie, puedes sentirte muy solo, desamparado, cada uno va a su bola, cada uno es cada uno y tú eres tú.
Tambaleándose con las llaves en la mano bajaba la cuesta dispuesta a abrir la puerta, al menos lo intentó, había bebido mucho y ese era un esfuerzo harto difícil, tampoco tenía una madre, un hermano un amigo que lo hiciera por ella, ni yo lo sabía, sólo posé el porro en el cenicero y bajé a echarle una mano. 
Mientras descendía, a través del cristal, la vi sentada en el rellano con la cabeza entre las rodillas, dudé a dos peldaños de la puerta, helado, aun así continúe y con los nudillos golpeé el cristal, ella alzó la carita llena de lágrimas, abrió los ojos y como pudo se levantó. Tomé el pomo permitiéndola adentrase en el portal, y sin querer, y sin evitarlo me lancé a abrazarla ¡Malditos ojos que contaban todas las historias y poesías que me gustaba oír! Siguió llorando, mucho tiempo, tuve que sujetarla para subir las escaleras hasta mi casa. Fue en aquel momento, pasando por el vano de la entrada, frente al espejo, cuando pude ver mi facha con ella apoyada en mi hombro, vestido sólo con camiseta, calzoncillos y zapatillas de casa, me pareció gracioso pero no pude reírme.
Durmió todo lo que quedaba de noche, la observé desde el sofá fumando y pensando, era bonita, era preciosa, me sentí tranquilo, estaba en casa, no en su casa, pero se hallaba en un lugar donde poder sentirse segura al cobijo del calor del edredón. Terminé el porro que había dejado antes y concluí también por adentrarme en el mundo onírico.
Ese fue el instante en el que ella osó arrebatarme el corazón.
Por suerte, allá, por la mañana, no saltó de la cama y se fue, tomaba a sorbitos el café, me gustaba hacerlo los domingos, tenía todo el tiempo del mundo, no sonaba el despertador y no tenía obligación de quitarme las legañas, ni de vestirme ni salir echando patas, además a escasos dos metros una chica acostaba boca arriba soñaba, pocos días uno se siente así de afortunado. No la quité ojo, estiró los brazos, bostezó y ahí estaba por primera vez, no salió corriendo, serena habló:
-Que raro es esto, no te voy a preguntar que hago aquí, lo sé.
-¿Quieres un café?
-Gracias, sólo y con mucha azúcar, por favor.
-Va. 
Me levanté con los pantalones puestos y una sonrisa a por ese extra dulce, lo serví tarareando cierta canción “besar tus morros…” y regresé curioso a por la próxima reacción. Permanecía apoyada en el cabecero de la cama moviendo la cabeza para todos lados como si estuviera radiografiando todo a su alrededor. Acercàndome le tendí la taza, esa que me regaló mi madre cuando me marché de casa, diciendo sin decir, “cuídate y desayuna todos los días”
-Espera, que voy allí a sentarme contigo -pidió, cuando nervioso volvía a mi antiguo lugar.
Podría pasarme las horas recordándolo, parecía un niño con zapatos nuevos, sin conocer su nombre ya estaba loco por ella, loco, deseoso de verla despertar otro día, de ponerle el café, de mirarla y de su voz pausada y cargada de sentido, pero debía irse y no quiso quedarse a comer. Pero antes de verla marchar:
-¿Sabes qué no nos hemos presentado?
-Pasa, a veces duermes en casa de alguien y no tienes ni zorra de quien es.
-Ya, pero…
-Naga, ¿y tú?
-¿Naga?
-Sí, como el Naga Parbat, uno de los ochomiles.
-Entonces será que rozas el cielo, encantado, puedes llamarme Isma.
-Igualmente Isma. Ahora sí que me voy.
-Nos veremos entonces.
-Aunque no quieras…
¿Querer? Y sin condiciones.
Estaba todo hecho y no fue hasta el día siguiente, a la hora del porrillo sagrado, observándola salir del portal que bajé preso y de dos en dos las escaleras con el corazón saliéndoseme del pecho.
-Me da que por aquí huele a maría -dije.
-Me da que por aquí huele a hachís -contestó.
Y los dos nos echamos a reír, me senté a su lado, intercambiamos los canutos y quedamos allí, no sé, una hora, un minuto, no sé, no iba a ser tan fácil esta vez verla irse, porque no iba a ser.
-Súbete a mi casa anda, que quiero ponerte música, una cerveza, la tele, lo que quieras.
-Si me haces la cena puede que sí, odio cocinar.
-Te la hago o pedimos comida, ya te he dicho que lo que quieras, lo que tú quieras.
-¿Puedo hacerte una pregunta? -sentada tan cerca sólo podía pensar en comerle los morros.
-Claro.
-¿Por qué? ¿Por qué te portas tan bien conmigo?
Me quedé callado un rato, ¿se lo digo? A tomar por culo, se lo digo.
-Te voy a responder con otra pregunta ¿Nunca has fantaseado con alguien y de repente te has dado cuenta que la fantasía no era tal y es mejor y está a tu lado y te mueres por besarla?
-Sí, alguna vez
-Disculpa, pero hoy no me muero.
Reía, debía resultar rídiculo, se echaba para atrás contra el suelo, se incorporaba, tocaba con su hombro el mío, y volvía a dejarse caer en la acera.
-¿Qué cojones hago? Ya me vale -me miró, regresando otra vez la chica con semblante serio, inteligente.
-Bruja.
-Ah sí, pues te vas a enterar.
Y…, y…, y…, ella, Naga, me dejó sin aliento, su cuerpecito entre mis brazos, su boquita de labios grandes tocando hasta el último aliento de este chico, cojones, me besó y me tembló todo el cuerpo y no quise soltarla, sólo para levantarnos e irnos a casa. 
Me contó que trabajaba en un hospital cuidando a mayores, niños, personas, que toda la familia que le quedaba eran primos y tíos, que sus padres se habían quedado cubiertos por una lona plateada en el arcén de una carretera, apenas tenía 15 años y esa imagen fue lo último que le quedaba de ellos, iba en el coche y por caprichos del destino no le pasó nada, algún rasguño y una pena con la que tendría, tan joven, que saber vivir. Su abuela se hizo cargo de ella hasta que tuvo, también, que verla ir en una cama de hospital. 
Tantas horas conviviendo con la desgracia que no supo otra cosa que hacer que ayudar a aquellos que como ella se veían postrados contra su suerte y su rutina en un lugar que había decidido compartir. Eso durante el día y por las noches, como único alo de esperanza se drogaba y se salía de si misma para cantar, para bailar, para hablar con el borracho, el mendigo, el portero de la discoteca, con cualquiera que osase tropezar en su camino. Tenía una extraña habilidad, en cinco minutos de conversación aquellos desconocidos le postraban su alma. Yo estaba allí pero los ojos de ellos estaban con ella, me limitaba a aprender, a conocer, a adivinar como sucedían las cosas para después llevármela y besarla hasta que caía rendida.
Sólo estaba cansada dormida, en lo demás era un torbellino, no soportaba el silencio, ponía la lavadora, la música, la tele, cualquier cosa en vez de oírse pensar.
Y un día la perdí, cuando más la quería, la perdí por dejarla ser, por no contenerla, por seguirla hasta el infierno.
Una madrugada sonó el teléfono, antes de contestar me recorrió un escalofrío, la esperaba, esperaba que viniera a abrazarme, que me diera un beso y que se pusiera roncar, estaba acatarrada y me roncaba al oído. Paraba poco por su casa, se había bajado la ropa, el cepillo de dientes rosa, no hablamos de vivir juntos, lo hicimos sin más y yo era el tío más feliz del mundo. Me quería, me lo decía todas las mañanas, desde que estaba me levantaba un poquito antes para tomar el café, para mirarla y llevarme al estudio su imagen adormilada y bonita. Esa noche no salí, si terminaba el proyecto para realizar el sonido de cierta producción internacional, con el dinero íbamos a coger la mochila e irnos a ver que altas eran aquellas cimas, sobre todo la que hacía honor a su nombre, su padre la había subido y ella quería estar por una vez en aquel mismo lugar, no íbamos a escalarla sólo a soñar que estábamos arriba. Me quedé esperando que el sueño se hiciera real. Pero su amiguete me llamó y …
-Isma, Isma, mierda Isma, nos hemos metimos ketamina experimental de laboratorio, Diego se la trajo de la clínica, Isma… q
Naga, Naga se calló de espaldas en un garito, se golpeó la cabeza y mi mundo se perdió por la taza del water. Su corazón se paró cuando dio de bruces con el suelo, no supieron decirme si hubiese sobrevivido sin el golpe, la droga estaba muy adulterada y quién sabe que coño le echaron, en la ambulancia no pudieron hacer nada. Diego, compañero de la universidad, trabajaba en la clínica veterinaria cercana al hospital, quedaban pa comer, pa las cañas, pa las drogas, él estuvo varios días ingresado, paradojas del destino, en cambio, a su amiguete no le pasó nada. Fui a ver a Diego, pocas horas después de la llamada, pocas horas después de verla muerta y fría en el tanatorio, alguien tuvo que sacarme de allí, me negaba a pensar que era ella, tampoco quería irme, imaginaba que de un momento a otro iba a abrir los ojos, que todo era una broma, una broma pesada. Como un zombi caí sobres las piernas del que aún respiraba y por primera vez me eché a llorar, él estaba inconsciente, y lloré y lloré y lloré.
La perdí, la echo de menos todos los días, a todas horas, el proyecto salió, lo hice, pasé meses trabajando, sin dormir, con la cabeza acorralada en una idea, si yo hubiese estado, si me hubiese despedido, sí… Ahora lo pienso también, pero miro el Naga Parbat, como se funde con el cielo y algo de mí está con ella.
Cogí la mochila y solo, más solo que nunca decidí perseguir su sueño, miro el Naga y me miento, ella está durmiendo en mi cama de Madrid como aquel primer día, como los dos años siguientes y yo a miles de kilómetros le escribo una carta todos los días, no me contesta, pero no me importa, duerme tranquila

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