Google+ jodida y radiante: Después de una montaña

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y no puedo competir...

así que sólo espero que ella no me quiera




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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
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09 septiembre 2015

Después de una montaña

Estudiaba derecho administrativo cuando su padre se mato escalando el Everest.

Contaba con una beca universitaria, muchas horas perdidas entre leyes y poca vida vivida y hallada cuando esto sucedió, y sin previo aviso optó por posar los libros y los apuntes en un rincón e imitar a quién también quería y se fue, alud, grito y sangre en la piel. No se fue a subir ninguna montaña, sólo trato de emborracharse como todas aquellas compañeras de clase :que la remiraban con desprecio “Triste empollona”, mientras lo hacía, sola, con la puerta cerrada en aquel piso compartido de estudiantes, lejos de sus dos compañeros, observaba una y otra vez la última de aquellas cartas, que sin querer, tenía todo el aspecto de ser la última, sin abrir, matasellos de Katmandu.

La botella de whisky semi llena con algo más de las tres cuartas partes, ella borracha y la carta sin abrir.



El aún estaba vivo, en esos renglones zurdos, en esas manos congeladas en algún campamento base incomunicado con unserpa que no hablaba, solo y no tan solo. Él tenía una hija y ella postrada en aquella mesa conglomerada no tenía padre.

Bebía a tragos, pequeños, sin vaso y sin hielo, aniquilaba el tiempo y desprendía lágrimas.

Que irrisoria le parecía la vida en aquel instante, en el cuarto de al lado Iñaki besaba a una chica rubía, un clon de compañera de clase que se hubiese reído de ella dos pupitres más atrás, sino fuera porque no estudiaba en su misma universidad e Iñaki era su compañero de piso, dio otro trago.

Ida se posó frente al espejo de cuerpo entero, jersey de pico negro, pantalón de cuadros y zapatillas de casa, gafas empañadas, una coleta baja y la cara más triste del mundo. Empezó por las gafas que sólo necesitaba para leer, sin embargo, se convirtieron en una parte indispensable de su vida, en una careta, se las quito, luego el jersey, los horribles pantalones, todo, todo menos las braguitas tan insospechadamente rojas y pequeñas, secreto y tesoro de su ser “Papa, esto soy yo”, le insinúo al espejo "y esto voy a ser”

Dio la espalda a su imagen, reflejo bello de una muchacha con cabellera larga y castaña, un culito con bragas rojas y una escultura por la que nadie en aquel instante la hubiese apodado empollona, ni fea, sólo Ida, sólo Ida la guapa, como la llamaba el montañero más intrépido del Himalaya.

Se sentó frente a la mesa con un suspiro, medio lamento, esperanza, miedo y despegó la solapa de aquel sobre, desdobló temblorosa el folio tan perfectamente guardado para ella. La vista en aquella letras azuladas y líneas torcidas, manos congeladas, pensar, nunca más. La tinta ensombrecía lo blanco del papel, sus lágrimas desteñían y empapaban las últimas letras, leyó:

Hola hija.

Te escribo algo desanimado, llevamos una semana sin movernos del campamento, hace mal tiempo y sería demasiado arriesgado intentar hacer cima en tales circunstancias, si en unos días no mejora la situación me veré obligado a desistir, el plazo del visado se acaba y las autoridades nepalís, como ya sabes, son muy rigurosas con estas cosas. No me preocupa, siempre se puede intentar otra vez.

Tus cartas no llegan hija y no sé si las mías lo harán, rezo a eso que está encima de la montaña para que puedas oírme y sepas que tienes un padre que te quiere y que nunca te olvida.

No te contaré pormenores, no quiero que sufras, la vida que elegí entiende muy poco de seguros, los dedos se congelan y la respiración es la única compañía que advierte que aún sigues vivo.

Sé que nunca te aconsejo sobre que deberías hacer, ni te digo que estudies, tú vida es tuya y así es como quiero que la sientas, que la disfrutes y si en realidad lo que quieres hacer es eso que haces, adelante.

Yo soy tu padre, un padre que está lejos, no obstante, te vi llorar porque tenías hambre, sueño, te vi en tus primeros pasos, te icé y sujeté cuando tambaleabas, ya no lo haces.

Un padre que con un poquito de suerte verá lo guapa que estás ahora y lo bien que te sienta estar lejos de casa y vivir tu propia vida. Estoy orgulloso de ti.

Ida, guapa, lucha, sé feliz y de vez en cuando acuérdate de mí, tu padre, tu amigo y la persona que más te quiere en el mundo.

Nos veremos pronto, a ver si mejora el tiempo y nos vemos tan pronto que tengas que leer esto cuando este montañero de dedos congelados este a tu lado y te abrace.

Un beso hija.

Pocas palabras sin desteñir, apenas ninguna.

El pelo sobre los ojos, las manos sobre los ojos, los ojos sobre nada. El mundo destruido en aquella habitación, desnuda, triste y sola. “Papá” “Papá” “Papá” Hipnotizada “Papá” “…”, sólo el estruendo de una puerta la sacó de esa palabra, de esa persona, la rubia se había ido.

Ida la fuerte, ella, de la que tan orgulloso estaba él, dejó de lamentarse: “Tengo que vivir, él lo ha dicho, él está vivo, él estará vivo si yo vivo, tengo que vivir…”

Se levantó, tomó la botella y salió de la habitación, cruzó los dos metros que la separaban de la otra puerta y abrió. Iñaki tendido sobre la cama en calzoncillos escuchaba música, la miró, con esa expresión que sólo se puede definir como asombro:

-¿Te has vuelto loca? -preguntó posando aquella expresión en cada palmo de su piel desnuda.

-No, sólo dime una cosa -aún lloraba -¿Por qué ella?

-Ida, ¿qué te pasa? Por dios, estás destrozada -observó mientras se levantaba y se dirigía al umbral de la puerta donde ella, inmóvil, sollozando y con la botella en la mano le miraba.

La abrazó y sin desprenderse volvió a preguntar:

-Dime que te pasa.

Ella que se dejaba abrazar no respondía, ni corresponde, los brazos colgando, la vida colgando y con ese hilo de voz que rompe el corazón más fuerte, trago saliva y repitió:

-¿Por qué ella?

-Es un polvo, no me dirás que estás así porque me follo a una tía -dijo estrechándola más contra sí.

Ella lloró, lloró y lloró, él la sostenía, paso mucho tiempo hasta que Ida derramó su última gota de dolor.

-Iñaki, tú nunca te fijarías en una chica como yo, yo soy una chica, soy tu compañera, estoy viva y nunca nunca me has mirado, en cambio te vas con las más absurdas y superficiales -soltó alejándose de los brazos que intentaban consolarla.

-No es verdad -contestó él posado frente a unas bragas rojas y una chica que sí miraba.

-Ahora me ves de otra forma porque estoy desnuda, no me importa, hoy no quiero dormir sola.

-¿Quieres dormir conmigo?

-Iñaki…

-¿Qué?

-No me dejes llorar, no me sueltes, sino me iré con él…

-¿Con quién? -preguntó él que no había salido del asombro desde que aquella puerta se había abierto. Añadió -¿Con Víctor? -el otro compañero.

-No, con mi padre.

-¿Al Himalaya dices? Ida hoy pareces otra persona.

-Iñaki.

-¿Qué?

-Mi padre ha muerto

-Niña…

Iñaki se adhirió a Ida, posó la botella de su mano sobre el suelo y sin soltarla la llevó a pasitos a la cama, ella se sentó, él hizo lo mismo, ella miraba el suelo, él apartaba su cabello pegado de lágrimas de la cara.

-Eres muy guapa.

Ida despegó sus ojos de la nada, le miro y consiguió decir:

-Gracias.

-No…

Él también la miraba.

Impropio o no, viva, no tan sola, viva, sin decir nada más le besó, él no se lo esperaba, sin embargo, correspondió.

(Era su primera vez)

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