Google+ jodida y radiante: escondite

Alíñame

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por si me necesitas mona lisa


la luna corresponde a los locos

y no puedo competir...

así que sólo espero que ella no me quiera




porretas

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Diana frank. Con la tecnología de Blogger.
relato (14) foto (4)
29 mayo 2008

escondite

Escondía la ropa en el bolso, la falda negra y corta, la camiseta de espalda descubierta y mucho escote, les daba un beso de despedida, cerraba la puerta, bajaba dos tramos de escaleras divisando si se extendía la luz por la mirilla de los vecinos y con mucha prisa se quitaba los vaqueros puestos sobre las medias y lo de arriba.


Se miró en el reflejo de la ventana, como otras muchas veces era el plan sin errata, su madre ni loca la hubiese dejado salir así y ella se creía dueña de su cuerpo y esclava de las peroratas de mama acerca de los jóvenes de hoy: "Ellos todos drogadictos, ellas todas embarazadas.
Sus labios carmesí, los ojos brillantes y la indumentaria la dejaban con la imagen predispuesta hacia la vida y hacia la noche, con los agujeros de las medias tensando y destensándose mientras descendía cada peldaño, el eco de unos tacones que producirían un giro de mirada entre todos esos que saben como es una mujer por el sonido de sus pies. Esta era joven y salvaje, dulce, por ese “No lo sé,” en la mirada.
Ya había pasado los dieciséis meses atrás, a los dieciocho le contaban que las cosas cambiaban y podría liberarse, en resumen, dejar de hacer las cosas a escondidas, fumar, beber y beberle en servicios sucios e interesantes. Pero ella ya sabía que las cosas no son siempre como te dicen y en eso también se incluía lo de dejar de desnudarse en el portal.

La calle de todos los días, los escaparates con pocas luces, el parque, la casa del chico aquel de aquella vez. Tenía que encenderse un cigarro para difuminarse con la noche y encontrar el tabaco entre el maquillaje, las llaves, toallitas, el móvil, el spray de pimienta y las dos lastas de cerveza que había robado de la nevera, todo en un fondo negro que parecía que se engullía justo lo que andaba buscando, lo encontró, dio una calada profunda pues sabía que al girar la esquina a un par de cientos de metros, estaría él y una sensación parecida a la cercanía del verano, más intensa, cagaprisas e inquieta provocó un tembleque en sus piernas.
Se preguntaba si aún iría en vaqueros y con una de sus camisetas. Merecía sus medias y ciertos excesos, todo un año para verle volver de New Zealand y aprender a aquello de las antípodas. Un maldito mes de verano, maldito por las miles de tentaciones que ofrecía a una chica que empezaba a poder volver de día a casa y besar, y fumar, a elegir y abrir poquito a poco los ojos para ver el mundo.


Antes, antes de conocerle miraba mucho hacia el cielo y un día que lo había hecho, tuvo que regresar su mirada al abismo otra vez, porque no creía que bajo aquello también estuviese él, cerca, aquel primer día que la chica que esperas tropieza contigo en la misma acera y te pide fuego, “no lo hace en la acera de enfrente y es otro él que la auxilia mientras tú te quedas mirando”:
-¿Quieres fumar?
Ella tenía iniciativa y él era muy guapo, en su sonrisa, en su sorpresa:
-Lo siento, pero no fumo tabaco.
-¡Ah! Pues de eso no llevo.
Se inclinó hacia la llama que tendía, aspiró y luego dio otra calada.
-Ya sé, no puedes fumar en casa -dijo.
-Pero sé lo que es un porro…
Él chico siempre llevaba, metidos en el bolsillo pequeño de los vaqueros y todos sus vaqueros tenían ese bolsillo, ella no lo sabía, pero había algo que la obligaba a quedarse parada en esa acera si aquel no se movía de allí.
-¿Fumas? –preguntó él.
-A veces.
-No, no, -parecía nervioso -quiero decir que si quieres venir a fumar uno conmigo.
-Creo que sí.
-¿Vamos?
Ella desandaba sus pasos, no había preguntado a donde iban, él tenía unos brazos que serían capaces de sostenerla, firmes y delgados. En medio de aquel prado con los árboles a su alrededor, tirados y solos, acompañándose, la chica comprobó que también eran suaves, él la besaba.
Al girar la esquina, un año después, alguna carta, alguna llamada, sin embargo, en la distancia ella tenía que aprobar los exámenes, no podía hacer otra cosa, pero en una esquina, un año después, volvía ser verano y él la había elegido entre todas las miradas. En ese instante, puntual, acudía a su cita. Llevaba vaqueros, una camiseta que ella no reconocía, apoyado en el bordillo de la fuente cerró los ojos, era su esbozo de sonrisa y camino hasta tenerla frente así. Ella temblaba y él no se movía.
-He venido a darte un beso, lo primero que quiero hacer es eso, darte un beso -terció ella rompiendo el silencio.
-Claro, -sonrió y la chica recordó todo con esa sonrisa -no esperaba menos de ti.
Se había duchado antes de salir, se afeitaba y ante el espejo un toque de nostalgia y despedida enrojecía sus ojos, "diecisiete añitos" dijo para si, el inicio de la universidad, los jueves de fiesta, los domingos de cervecita y cañas, los suspensos, el chico de dos pupitres más abajo, no podría quitarle eso. Una ironía marcando una mueca: El día después de ver una estrella tenía que llover y decirle que un mes era todo lo que tenía.
Esas medias con agujeros, el pelo hacia atrás con una diadema, los ojos resplandeciéndosele, la mujer que calmaba toda su sed y la niña. Los labios dibujando arrojo y el veneno que le daba a la vida para que sonara a prohibida.
Ella tenía las ganas, él la experiencia.
-Estás guapísimo, -le decía mientras la tenía entre los brazos y no quisiera soltarla -y estás súper moreno.
-Te echado un montón de menos –susurró él.
Ella se echó a llorar, lo sabía, habían sido muchas otras formas de sentirlo, todo un año esperando, mejor o peor, recopilando en un baúl todas las cosas que decirle y todos los bocetos de ella y de él de la mano.
-¿Vamos?
-Sí, quiero decir, yes, traigo dos latas en el bolso.
-Ya decía yo que pesaba tanto.
Se lo había quitado para abrazarla y aligerarle el paso.
La chica se secaba en la camiseta roja las cuencas de los ojos, el chico sonreía porque le producía cosquillas y la estrechaba más.
-¿Vamos? Si sigues queriendo besarme que sea tirados en la hierba, tengo que abrir un baúl y darte lo que guarde en un año.
-¿Para mí?
-Para el vecino, sólo que se ha mudado, tonto, pues para ti.
Él chico sabía una cosa que ella no tardaría en descubrir, y revolver y colocar su interior con un no en puntos suspensivos resonando en el pensar. Caminaron, se miraban, se tocaban, no imaginaba no quedarse con esas medias, ni con ese despliegue de imaginación, ni con sus labios, podría mostrarle su mundo, bailarla el agua, ¿y por qué no? Ella no dudaría, irían, soñarían empezando por quitarle las botas, las medias,… etc.
-He aprobado todo.
Y él pudiera ser feliz con eso. Ella tendría su escritorio al lado de una gran ventana y se tirarían horas en la cama borrachos, fumados, estudiándose los cuerpos, y mandarían al carajo el escritorio y quien sabe que fuera luego. La quería, nada más.
-¿Aún quieres dirigir películas? -preguntó él.
La chica se sentó y arrancó un puñadito de hierba, su particular bienvenida al lugar.
-Sí, tendrás que hacerlo conmigo, parece difícil.
-Me gustaría mucho –dijo con un matiz de tristeza en la voz que no fue capaz de ocultar.
Escribía guiones, por eso se había marchado, le habían ofrecido algo importante, y por el mismo motivo tenía que regresar. Ella tenía la expresión pensativa.
El silencio de los pájaros, de los árboles, y de los insectos lo inundaba todo. Tomó el porro que le tendía.
-He venido aquí cada vez que necesitaba encontrarte -decía mientras fumaba y se recostaba entera junto a él. -La gente se ríe de ciertas promesas, me sacas siete años, eso no es nada. Y te esperé y estás aquí…
Él la callo con un beso y ella respiró por la nariz. Y pegados, mirándose, él auguro un naufragio:
-Tengo que volver.
Le rozó los labios y el alma mientras la miraba.
-He venido a despedirme.
Ella se apartó y se incorporó sentada en la hierba, agachó los ojos y arrancó dos puñaditos de hierba que estrujo entre las manos: “No, no…”

Un par de semanas, sin diferencias de edad, un sueño se nublaba de pesadillas y quedaba la promesa de quererse, sin tenerse, sin esperarse. Ella observaba el avión en la pista y la media sonrisa necesaria salía de sus dientes entre tanta lágrima: “No, también puedo elegir, puedo esperar y buscarte”

1 comentarios:

Unknown dijo...

ya leia tus entradas de blog en el netlog y ahora lo hago aquí, me gusta como escribes y creo que había que decirlo.
Un saludo, que vaya bien